III

Era vegetariano pero invitó a un asado el 06 de julio, fuimos a una fiesta en la noche dentro de su facultad, luego de eso acordamos que se quedaría a dormir conmigo. Había pedido permiso en su casa para no llegar, pese a su actitud rebelde tenía respeto por su familia. 

Había mucha gente en ese asado no conocíamos a ninguno, estaba lleno de gente, los salones de clases llenas de hombres y mujeres borrachos, gritando y riendo. Nos pusimos a hablar con unos tipos que él aparentemente conocía, parecían ser buena onda. Se pusieron a hablar de cosas cosas especificas de su carrera. Yo estaba un poco fuera de lugar así que me puse a tomar cerveza en un vaso de plástico y comer choripan. Repentinamente la conversación cambió el rumbo y uno de los chicos preguntó qué éramos. Qué hacía yo ahí si no era ni de la carrera, ni universidad, ni menos de su área de estudio. Yo tenía intención de decir que éramos sólo amigos. Pero a él se le ocurrió decir abiertamente y quitándome la palabra como siempre: “Somos pololos”. La respuesta no le gustó al que hizo la pregunta y enseguida nos comenzó a hablar en un tono distinto. Para pasar piola, intenté cambiar el tema aunque ya era demasiado tarde. Comenzaron a burlarse de nosotros diciendo cosas como: “¿Quién es la mujer?, ¿Quién se agacha a recoger el jabón primero?, ¿Quién muerde la almohada?…etc”. Me enojé mucho. Siempre había sido de discutir y de hablar directo, pese a verme en apariencia tierna nunca he dejado que me insulten, pero en ese momento estábamos en desventaja, estaba lleno de zorrones heterosexuales ebrios y además católicos. Lo tomé del brazo y nos escabullimos entre la gente. Nunca me había sentido discriminado por algo antes, le pedí que nos fuéramos porque una sombra de tristeza me embargó por completo, ya no tenía ganas de nada. 

Caminamos a mi departamento que estaba a siente cuadras de la universidad. Entramos, y encendí un montón de velas aromáticas. Hacía frío. Nos quitamos los zapatos y los calcetines, sus pies eran mucho más grandes que los míos. Tan pronto como nos acostamos uno al lado del otro nos dimos la mano con la vista hacia el techo. No comentamos nada sólo nos quedamos en silencio. 

—¿Ya has tenido sexo con hombres? 
—No. 
—Te gustaría intentarlo conmigo. —Giró su cabeza y me miró—. Si no quieres no importa, te entiendo. 
—Me gustaría probar, pero me da miedo. 
—Mira, yo traje condones y lubricante por si quieres. 
—Es que tengo miedo. —Me puse a temblar, no supe si por el frío o por la propuesta. 
—Tú no eres el primero con el que he estado, sabes que he tenido parejas.
—Lo sé, no tengo problema con eso. 
—No sabes lo mucho que me gustaría que tu primera vez fuera conmigo. 
—Pero…
—La verdad es que cada vez que uno está con una persona nueva es como volver a perder la virginidad. 
La última frase me atravesó el alma como una saeta empapada de deseo y afecto, y cortó mis temores con un fulgor de inteligencia y astucia. Me dejé llevar por el momento. Comencé a quitarle la chaqueta lentamente mientras nos besamos en silencio tiernamente. Le pedí que se pusiera de pie frente a mí al filo de la cama sin hablar. Le quité la camisa. Luego le quité el cinturón, le bajé el pantalón con lentitud. Le quité la ropa interior y lo vi por primera vez desnudo. Pronto el repitió el procedimiento conmigo. Nos vimos por primera vez sin ropa, frente a frente.
Nos miramos un segundo que pareció una eternidad, rompí el silencio preguntando si lo podía tocar. Con su mirado me dijo que no volviera a preguntar eso. Y recorrí todo su cuerpo, sus nalgas, su ingle, acaricié su escroto, lamí su pubis y toqué su turgente pene. 

—¿Qué quieres hacer conmigo? —preguntó gimiendo. 
—¿A qué te refieres? 
—Que si quieres ser pasivo o activo. 
—No lo sé, estoy muy nervioso, dejémoslo para después. 
—Tranquilo, a todos nos pasa. 

No supe que hacer así que le di un beso, estuvimos mucho tiempo disfrutando de los besos y las caricias. 
—Mira, me pondré un condón, ponte boca abajo y comenzaré a hacerte caricias. Cuando estés listo lo meteré lentamente y sentirás que te duele. 
—¿Qué? —Volteé sorprendido—. ¿Cómo es eso de que duele? 
—Jaja tranquilo, ese dolor se transformara en placer. 
—No sé, es que tengo mucho…
—Miedo, lo sé, pero intentémoslo.

Me puse boca abajo, mi cuerpo se contraía, con sus dedos delgados acarició mis grandes nalgas. Acomodó la almohada bajo mi vientre. Abrió el condón cos sus dedos, se lo puso correctamente. Aplicó lubricante en sus dedos, un poco salpicó en mi piel, estaba muy frío. 
La ventana estaba tan empañada que era imposible disimular lo caliente del ambiente. Ardía tanto que el sudor mojó el edredón y nuestras siluetas estaban marcadas. 

—Ahora voy a meter un dedo, espero que lo aguantes, lo haré con calma.
—Estoy asustado, por favor ten cuidado. 
—Calma, si te pones tenso no va a funcionar. —Me dio una nalgada y frotó su miembro contra mi cuerpo. 
—No. 
—Ahora voy a poner mis dedos dentro de ti.
—No quiero, para.
—Pero déjame intentarlo 
—¡Que no quiero, quita tu mano! —Le quité la mano con violencia. 
—¿Qué te pasa? 
Me quedé acostado boca abajo. Sentí que el mundo se iba a negro, me sentí mareado y me puse a llorar. 
—Estoy muerto. 
—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? 
—Perdóname, no puedo. —Me incorporé, secando mis lagrimas.
—¿Qué te hice?
—No, tú no me has hecho nada. —Con la palma de sus manos secó mis lagrimas, me vio quebrado. 
—¿Por qué lloras? —Persiguió con su mirada la mía—, ¿tú sabes que puedes confiar en mí. 
—Lo que pasa es que…
—Sea lo que sea, no te voy a juzgar —sonrió—: no es tu primera vez. 
—No, a mí me mataron, estoy muerto en vida. 
Apenas terminé la frase me abrazo y se puso a llorar conmigo, entendió de que se trataba. El abrazo perduró varios minutos, me acarició el rostro y me miró fijo. Era la primera vez que lo veía llorar, y él a mí. Quise terminar todo vínculo en ese momento, quería escapar hacia el pasado y volver a nacer. 
—Yo estoy contigo.
—Es que es tan difícil para mí, nunca se lo he contado a nadie. 
—No es necesario que entres en detalle.
—Perdóname por no habértelo dicho antes, para mí es difícil asumir que soy víctima de abuso sexual. 
—No tenías porqué haberlo dicho ante, no te disculpes, todo estará bien. 
—Yo quería que este momento fuera bonito.
—Lo más bonito es que te hayas abierto conmigo. 

Me mostré vulnerable, débil, profusamente herido. Nunca había podido verbalizar aquello que me había torturado cada segundo por cuatro años. Le entregué mi máximo secreto y hubo alivio. Me sentí acompañado. 
Nos mantuvimos abrazados hasta que hubo calma. Luego volvimos a nuestro asunto, esa noche hice de todo con él, ambos la pasamos muy bien y fue hermoso. Recuerdo que me dijo: “Nunca te voy a hacer daño, voy a estar siempre contigo, te amo”. 

«¿Quién quiere un ánima que encima está rota?».

Comentarios