I


L'angue offeso mai riposa, 
se il veleno pria non spande 

dentro il sangue all'offensor. 

Così l'alma mia non osa

di mostrarsi altera e grande, 

se non svelle l'empio cor. 

 Nicola Haym (1678-1729)


La siguiente historia es ficción para los que me conocen:

¿Qué tan solo y vacío se tiene que sentir una persona para cortarse la mano, aguantar el dolor sin gritar, desangrarse hasta la palidez, esperar hasta que el cuerpo se vuelva débil y sentir que el sueño le adormece el cuerpo mientras ríe con lágrimas porque está al fin cerca de descansar? 

13 de febrero de 2013: El primer match fue por Badoo, una aplicación de citas. A 199 kilómetros en línea recta desde mi casa en Calama, pero no me importó. Estaba de vacaciones y pronto debía volver a Antofagasta, era mi tercer año de universidad. Su perfil era de la ciudad donde estudiaba así que no dudé en mandarle el primer “Hola”. Si las cosas se daban bien era plausible juntarme con él para conocerlo. 

Nunca antes había tenido intención conocer a alguien más allá formar una amistad, ese año era el momento de ver a los hombres de otra forma, arriesgarme a tener algo con alguien, pero siempre conocer con calma y cuidado. Anteriormente había rechazado a muchas personas que tenían intensiones amorosas conmigo, nunca quise arriesgarme si quiera a jugar. Cómo no hablarle a él, en sus fotos en la aplicación se veía un tipo guapo; nariz perfecta, ojos cafés pequeños bajo una cejas puntiagudas y abundantes, su cabello ondulado, piel blanca y verdosa, una barba definida de pelos duros que abrazaban sus finos labios, dientes separados, y su cuerpo delgado con una espalda ancha. Facciones y proporciones perfectas.

Una semana antes del match me habían hecho una cirugía LASIK mal ejecutada para ver mejor y verme mejor, el post operatorio fue doloroso; los ojos secos, y mucha picazón, apenas veía, según el médico tenía una leve discapacidad visual que se demoraría meses en recuperarse, pero tenía que volver a clases y tenía que cuidar mi vista para poder estar bien. No lo hice. Chatear con él era tan interesante. Todo el día estaba al pendiente de mí, desde el alba hasta la noche. 

Por más que la recomendación fue que descansara la vista, ver sus mensajes era mucho más estimulantemente. El mínimo haz de luz me provocaba dolor, aún así resistía porque ese joven era perfecto. Fue un 15 de febrero el día le envié una solicitud de amistad a su perfil de Facebook y así pudimos enviarnos mensajes de audio para que yo no sufriera. Su voz de tenor era suave y juvenil, su acento era neutro y tenía un buen uso de las palabras. Su forma de hablar era muy correcta, amable y respetuosa, siempre claro y cada sonido que salía de su boca se escuchaba limpia. Usaba palabras raras y rebuscadas en su lenguaje. Justificaba su forma de hablar con haber vivido su adolescencia en San Juan, Argentina, lugar donde había sufrido burlas de sus compañeros por hablar en chileno. Responderle se me hacía incomodo, porque mi dicción era mala y solo me limitaba a dar respuestas concisas. 

A través de los mensajes de audio descubrí que teníamos cosas en común: el amor por la música, el gusto por tomar té, las ganas de terminar de estudiar, los mismos chistes, las mismas bromas, las mismas ganas de conocernos. Luego de un mes chateando, concertamos una cita para cuando volviéramos a clases. 

Ya estaba de vuelta en Antofagasta para comenzar el año, no pasó ni un día de haberme instalado cuando su insistencia y entusiasmo me animó a salir con él, sin dobles intenciones en mi mente, yo quería ser su amigo y nada más. Era 14 de marzo, estaba muy nervioso, se acercaba la hora de encontrarme con él. Me fue a buscar a la puerta del departamento en el que vivía. Por mensaje me indicaba todos sus movimientos. Apenas lo vi a través de la ventana me puse a temblar. Me preparé envolviéndome en perfume, trazas de alcohol cayeron en mi oreja e irritó la zona donde tenía un piercing industrial recién hecho. Salí antes de que él se acercara a tocar el timbre, baje corriendo las escaleras. Lo vi por primera vez, me saludó de beso en la mejilla, su barba recién afeitada me raspó la cara, y me dio un abrazo cálido, pude oler su perfume. Me sentí tan feo en ese momento, tan disminuido porque él en persona era más atractivo que en fotos. Con mis inseguridades y miedos me sentí pequeño. 

—Hola —dijo en su tono femenino prolongando la vocal final hasta el infinito. 
—Hola, ¿cómo estás? 
—Bien, por fin te conozco, me llamo Mario. 
—Yo soy Felipe, el mismo que viste y calza. 
—Te parece si caminamos y vamos por el té que te prometí. 

Asentí y caminamos en silencio, comenzó a hacerme preguntas que no recuerdo. Me sentí  avergonzado porque tenía los ojos irritados y la oreja izquierda enrojecida. Además estaba sudoroso porque con pleno sol y calor estaba con jeans negros y un cardigan azul marino. Caminamos y hablamos de cosas que tampoco recuerdo hasta que llegamos al pasto de la plaza Brasil, nos sentamos bajo la sombra de un árbol.  Recorrí su cuerpo con mi mirada, me gustó su polera blanca con rayas amarillas, la tela era tan delgada que pude admirar su pecho amplio con pelos y sus escápulas definidas, su pantalón azul claro se cortaba justo a mitad de sus anchos muslos y podía apreciar su piernas musculosas y velludas. 

—¿Eres un estafador o asesino? 
—¿Por qué preguntas eso? —sorprendido con la pregunta sonrió. 
—A ver muéstrame tu carnet —sin rechistar abrió su billetera—: es broma. 
—No, mira aquí lo tienes, soy real.

Leí rápidamente sus datos, corroboré nombre y edad. Ya me había pasado antes que me habían engañado con esos datos básicos, no era nuevo para mí juntarme con alguien de un chat. Surgió esa pregunta desde el miedo. 

—¿Por qué alguien cómo tú se juntaría con alguien como yo? 
—Me pareces lindo e interesante, tienes unos ojos muy bonitos aunque estén inflamados. 
—Gracias…No estoy acostumbrado a salir con mucha gente, la mayoría del tiempo estoy estudiando y pues creo que por mi falta de socialización no había recibido un cumplido así nunca. 
—Jaja, que tierno eres, acostúmbrate porque será así siempre.
—Gracias. 
—También me di cuenta que tienes un piercing, me gusta. Se te ve bien. 
—Gracias.

La tarde soleada del fin del verano que en un principio se sentía estéril, con él inmediatamente se volvió viva. Tenía un humor tan negro, tan sarcástico y tan serio al mismo tiempo. 

Conversamos hasta que cayó la tarde, nunca fuimos por el té que habíamos acordado beber cuando nos viéramos por primera vez. La conversación fue perfecta, sentí que alguien se interesaba genuinamente en escuchar mis historias y saber de mí. Cerca del ocaso me acompañó hasta mi hogar. Cuando llegamos los últimos destellos del sol en el mar se reflejaban en las ventanas de los departamentos y me molestaban al incidir estos en mi rostro. El lugar donde yo vivía estaba en un callejón sin salida en una de las dos torres que se enfrentan una a la otra al final de este. La mayoría de los departamentos tenían vista hacía esa calle. Yo vivía en el primer piso de un edificio azul verdoso. 

Al momento de la despedida se puso frente a mí, intentó tomar mi mano, pero la oculté raudo.  Su estatura era exactamente igual a la mía, con sus manos finas tomó mis hombros y se acercó lentamente para besarme en la boca. Corrí la cara, su beso cayó a mi mejilla y le dije: 

—No, nos van a ver, discúlpame. 
—No hay problema. 
—¿Seguro? 
—Sí.
—¿Te parece si nos vemos otro día?, apenas estoy entrando a clases, hay tiempo, deberíamos salir. 
—Sí yo también tengo tiempo, ¿nos vemos mañana? 
—Bueno, ven mañana. 
—Adiós. 
—Chao. 

Subí corriendo las escalinatas, crucé la puerta y con dificultad me quedé de pie mucho tiempo. Sentí dificultad para respirar: «¿Por qué no le dije que no quería besarlo?, es primera vez que alguien tiene intensiones de besarme en la primera cita, hay que ir con calma, soy un estúpido». 
El pecho me explotaba, mientras me recuperaba apoyado tras la puerta principal, un frío recuerdo cruzó mi mente. Un par de semanas antes de conocerlo me contó que su pareja, ex pareja para ese entonces, estuvo afuera de su casa rogándole que le abriera la puerta, rogó por más de cinco horas porque quería volver con él. No me hizo ruido que un niño de diecisiete años estuviera tantas horas esperando con tanta urgencia para hablar con un hombre de veinticinco, tampoco me hizo ruido que él lo ignorara para chatear conmigo a larga distancia, yo no tenía mayores antecedentes de esa relación. Cuando me contó que había un niño obsesionado con él tirando piedras en su techo le sugerí que lo atendiera y que no fuera tan malo, a lo que me respondió: “Es un cabro chico encaprichado, nunca me interesó realmente, hemos salido un par de veces nada más”. No alcancé a dimensionar qué era lo que estaba mal de esa situación que me pareció cruel, sin embargo lo dejé pasar sin reflexionar mucho el asunto, total no era de mi incumbencia. 

Al día siguiente a las tres de la tarde en punto estaba tocando el timbre para verme,  lo hice pasar, no estaba ninguno de mis compañeros de departamento. Dejé que entrara libremente a mi pequeña y oscura habitación. Hablamos un rato, le mostré mis cosas y pronto salimos a caminar en dirección hacia la plaza Brasil.  Conversamos sentados en el pasto hasta que se hizo de noche, hasta que ya no pasó ninguna persona por la calle, hasta que no pasó ningún vehículo. Luego nos instalamos en un tronco viejo frente a los típicos patitos amarillos del parque Brasil. Temblaba de frío, la brisa marina se colaba entre los edificios, aprovechó para tender su brazo sobre mi espalda, acercó su rostro y procedió a acariciar mis labios, no nos aguantamos y nos besamos . Mi primer beso a los veintidós años, mi primer beso con un hombre, sentí el éxtasis que recorría cada uno de mis nervios. 

Nos contemplamos mucho tiempo. Me sentí protegido, seguro, deseado por primera vez. Todo eso que era nuevo estaba pasando por mi cuerpo. Caminamos de vuelta mi casa, ya era tarde y le ofrecí que se quedara conmigo. No quiso y se fue sin antes decirme que con él yo conocería las estrellas y muchos más, claramente lo dijo con intenciones sexuales y me asusté. 

Esa noche fue extraña, me sentí menos feo y confundí su conquista con cariño inmediato. Mis intenciones no eran llegar a tener una relación, simplemente quería que fuera mi amigo y nada más. Estaba lleno de miedo, jamás había tenido una relación de pareja. «Este no es el momento de emparejarte» decía la razón. «Te lo vas a comer y nada más» me lo propuse en ese instante. 

Al pasar de las semana el chat era intenso, todo el día pegado mirando el celular. Era tanto el tiempo que le dedicaba que le mandaba fotos de todos los lugares donde estaba sin siquiera yo prestar atención al momento que estaba viviendo. Con él siempre eran los buenos días y siempre las buenas noches. Nos vimos muchas veces en mi habitación, nadie lo vio entrar ni salir ya que la mayoría del tiempo estaba solo porque mis roomies siempre estaban en clases o haciendo algo con sus respectivas parejas. Así que en medio de mi soledad nos juntábamos a conversar, tomar té y darnos besos todos los días después de clases sin falta. Nos besábamos con el torso desnudo sobre mi cama, nos quitábamos los zapatos y rozábamos nuestras pelvis por encima de la ropa, sin llegar más lejos siempre con respeto y preguntándole si lo podía tocar.
Mirándolo detalladamente con la poca visión que tenía en ese momento dentro de la pequeña habitación oscura en la que nos veíamos me percaté de que no me gustaba su piel, tenía arrugas al rededor de sus ojos y lunares en los hombros, tampoco me gustaban sus dientes. Explorando más su cuerpo me di cuenta que no me gustaba el olor de su aliento, tampoco olor de su cuerpo y el de su ropa. El sentir la textura de la piel de su espalda siempre me hacía retroceder, me daba la sensación de que le dolía, tenía cicatrices perfectamente simétricas que lo recorrían por completo desde el axis hasta la zona lumbar, nunca me dijo el origen de esas cicatrices aunque yo algo sospechaba. No soy perfecto físicamente, tengo mis cicatrices, tengo mis imperfecciones, tengo mis defectos por eso a él lo aceptaba tal y como era, sin reclamar. Hay cosas más importantes que lo físico. 

Nos besamos todos los días desde el primer beso con lengua, hasta el 5 de mayo. Ese día él estaba muy molesto conmigo. Después de clases y sin contestar ninguno de mis mensajes, me llamó avisando que estaba afuera. Entró enojado, sin siquiera saludar ni cruzar miradas, lo hice pasar a mi habitación, comenzó a reclamar que me vio conectado en Messenger a las cuatro de la mañana. Hizo una escena de celos muy dramática, a mi me dio un ataque de risa, mientras le intentaba explicarle que a esa hora estaba durmiendo y que era imposible que hablara con otra persona ya que todo mi tiempo se lo había dedicaba a él. No se me ocurrió replicar y preguntar qué hacía él a las cuatro de la mañana conectado en su computador si supuestamente nos habíamos despedido a las doce porque él tenía mucho sueño. Me dio un ultimátum: “Pololeamos o no nos vemos más, estoy aburrido de darte besos sin ser nada, me gustas Felipe, por eso vengo todos los días a verte”.

La frase “me gustas Felipe” me resonó en la cabeza, fue un bálsamo para mi ego. Una parte de mí quería seguir viéndolo y otra no porque para ser sincero no me gustaba del todo, no me convencía su forma de ser, pero la otra parte quería seguir dándole besos y tener su compañía. Me sentí presionado por su fuerte personalidad. Así que para detener la discusión unilateral, le dije, de rodillas, con un par de velas aromáticas encendidas en el velador de mi pequeña habitación: “¿Mario, quieres pololear conmigo?”.

Me dijo que sí, llevó las manos a su boca emocionado y se puso a llorar, me sorprendí por su singular reacción. Lo primero que hicimos como pareja fue tomarnos una foto, él la publicó en todas sus redes sociales y actualizó todos los estados en sus redes sociales, me sorprendí aún más por su reacción. Me sentí raro, primera vez que pololeaba en toda mi vida y honestamente quería que dudara poco, no le veía ningún futuro.

Con el transcurso de las semanas me vi abrumado porque tenía los primeros exámenes del semestre. Me preocupaba no poder tener mi visión completa, me costaba leer y tenía una vida un tanto limitada. Pero siempre estaba Mario para ayudarme, al pendiente y con buena disposición. Mientras iba a clases su permanente presencia virtual me gustaba, me sentía acompañado, y me animaba. No íbamos en la misma universidad, pero nos manteníamos en contacto entre clases a través de LINE y nos juntábamos apenas podíamos generalmente para comer algo. 
Yo hasta el momento siempre había sido un estudiante mediocre, pero pensar en un futuro acompañado me motivaba a mejorar. Además encontraba que él era tremendamente inteligente y yo no podía ser menos.

Tácitamente vernos durante el día y todos los días era obligatorio. Él siempre andaba a pie como todos los estudiantes, nos veíamos siempre hasta las 21:00 en punto. El viaje hasta su casa era de mínimo de cuarenta minutos ya que vivía al otro extremo de la ciudad, acordamos estar juntos hasta esa hora porque un noche por quedarse hasta tarde conmigo lo asaltaron llegando a su casa. Lo empujaron por la espalda y se hirió la palma de la mano al caer sobre el pavimento, le robaron su iPod con música que él mismo había compuesto, me sentí tan culpable. No tenía más copia de su música, alcancé a escuchar sus canciones eran increíblemente buenas, era tremendo y talentoso como compositor. Su música hubiera sido un éxito. 

Desde entonces organicé mis madrugadas para estudiar. Tomaba mis libros desde las 21:30 hasta las 03:00 de la madrugada para luego levantarme a las 07:00 todos los días de la semana. Cuando le decía que necesitaba tiempo para hacer mis deberes me calmaba diciendo que si él mismo podía ir a clases, estudiar,  ser ayudante en un ramo y verme, yo también podía hacer ese mínimo esfuerzo por nuestra incipiente relación. Increíblemente mi rendimiento académico mejoró pese a los sacrificios. 

Un noche de fines de mayo lo acompañé hasta el paradero de la avenida Angamos, muy cerca de mi casa. Estábamos de pie esperando su micro, sólo estábamos hablado, lejos uno del otro. Entonces dos sujetos que caminaron cerca de nosotros comenzaron a gritarnos cosas de forma muy violenta y nos hacían burlas. "¡Uy el par de maracos!” alcancé a escuchar. En apariencia se venían como estudiantes, no entendí todo lo que proferían, pero me dio la sensación de que se estaban burlando específicamente de él porque lo conocían. Él ignoró por completo la situación, me pidió que no los viera, tomó la primera micro que pasó y se subió. Como me quedé sólo en la calle me dio miedo, estas personas estaban a menos de veinte metros de mí, y estaban justo en la embocadura de mi callejón, caminé rápidamente apegado contra las rejas de las casas del sector, tenía que subir una pendiente muy inclinada hasta llegar a mi puerta. Escuché pasos detrás de mí, miré hacía atrás y de uno de los tipos que me estaba siguiendo desvié mi caminar hacia el medio de la calle, sentí su respiración agitada en mi nuca y cuando estaba a punto de alcanzarme me volteé a mirarlo mientras empuñaba un manojo llaves para defenderme en el caso de que me hiciera algo. Sin decir nada frenó su marcha impetuosa y nos miramos. Era un muchacho de unos dieciocho años, un metro ochenta de estatura, piel morena, cejas gruesas y ojos grandes. Sus labios no podían articular palabras, algo quería decirme, pero no pudo. Dio media vuelta y se fue. Me quedé mirando hasta que desapareció. Nunca se lo dije, simplemente lo olvidé. 

Durante la semana de ese extraño episodio para conocer su círculo le propuse una junta con sus amigos y que él conociera a los míos, aceptó y me dijo que siempre le hablaba de mí a sus amigos y que estarían contentos de conocerme. Con la condición de que nos juntáramos por separado, el con los suyos y después yo con los míos. Para él sus amigos eran dos compañeras y un compañero de su carrera. El día que los conocí fue todo bonito, fuimos a comer sushi a un local de mala muerte en una callejuela de difícil acceso, típico de Antofagasta. 

Conversado con sus amigos me dio la sensación de que los conocía de toda la vida. Eran personas tan tiernas y amables. Me agradó mucho estar con ellos, pero cuando estábamos sin él. Noté que en grupo él actuaba de forma diferente que cuando estábamos en privado. Supuse que era normal, todos nos transformamos en la intimidad y nos mostramos extrovertidos en grupo de personas conocidas cuando estamos cómodos. Él era extremadamente meloso cuando estábamos con sus amistades y me hacía sentir como un trofeo o un cachorro recién adoptado. Al transcurrir la noche pocas veces pude opinar algo en la conversación con sus amigos porque siempre me interrumpía, corregía y terminaba mis frases. Por su puesto que después en privado le demostré mi molestia por aquello, pero me dijo que lo hacía porque yo era extremadamente coqueto y lindo, que tenía miedo de que me miraran con otros ojos. 

Cuando le pedí que conociera a mi grupo, se negó diciendo que no era necesario porque prefería mantenerme protegido y quería bajo perfil, que no valía la pena hacerme sentir incomodo porque yo aún no salía del closet. Que no iba a obligarme a hacerlo y que lo importante era que yo estuviera bien y seguro. Siempre que tocábamos el tema de salir del closet me decía: “No lo hagas y menos por mí, no valgo la pena”. Desde el principio me advirtió eso, me parecía extraño. Y remataba el tema con un: “Vamos a vivir nuestro amor prohibido”. 

Días después de conocer a sus amigos, estábamos tomando un humilde café al aire libre en una cafetería de su universidad. Me pidió que elimináramos ambos la aplicación Badoo de nuestros teléfonos, lo hicimos al mismo tiempo. Fue bonito. De todos modos yo ya no usaba la aplicación. Luego de hacer un brindis con capuchinos por el primer mes de pololeo llegaron sus amigos a la cafetería y se sentaron con nosotros, nos felicitaron por nuestro cumple mes, me sentí integrado en su mundo y al mismo tiempo ajeno. 

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