II

Fui al supermercado y pasando por los pasillos decidí comprarle una barra de chocolates como regalo, habíamos cumplido un mes y no le había dado nada.  Cuando le di mi humilde regalo me lo despreció diciendo que no le gustaba el chocolate relleno con menta, así que me mandó a guardarlo para cuando me diera  hambre. Fruncí el ceño y no dije nada, pronto habló para hacerme una invitación: 

—Sería muy importante para mí Felipe, que fueras a mi casa, te invito a almorzar y ver una película después. Para que mi familia te conozca. 
—Sí claro, con gusto, me gustaría ir. 
—¿Te da nervios? 
—No. 
—Vamos entonces, te invito para este domingo. 
—Sí me parece bien. 

La verdad es que tenía mucho miedo, la semana se me hizo muy corta y no quería que llegara ese 9 de junio. Me fue a buscar a medio día a casa, nos fuimos en micro, en el trayecto hacia su casa intenté hacerlo reír con mis estupideces. No lo logré, a veces era demasiado serio o quizá estaba muy nervioso en ese momento como para tener ganas de reír. No me importó que no pudiera sacarle una sonrisa; íbamos a comer juntos, cocería a su familia. Yo estaba ansioso por conocer a mi suegra y a los abuelos. Simplemente tenía ganas de saludarlos y presentarme. 

El lugar donde él vivía estaba en un sector tranquilo, antiguo y silencioso. La casa por fuera se veía bonita. Entré a la casa, luego de que un perro grande intentara morderme la mano. Estaban sus abuelos, me miraron mal inmediatamente, apenas respondieron mi tímido saludo, agaché la vista y él me agarró del brazo y recorrimos rápidamente la casa hasta llegar a su habitación. Era una pieza sin puerta, las paredes blancas estaban resquebrajadas, piso rojo oscuro muy sucio, tenía un escritorio lleno de cables enredados, hojas y libros, una cama que crujía, un velador de madera, una ampolleta que colgaba de dos cables negros que contrastaban con el blanco techo. El ambiente olía muy mal. Bajo la cama tenía mucho papel higiénico hecho bolitas. De ahí el olor a putrefacción. Apenas se dio cuenta, sacó rápidamente los papeles y el hedor se fue.

Frente a la cama había un diván viejo, no tenía closet ni cómoda, no supe dónde guardaba su ropa. Nos sentamos a ver una película pirateada, REC. Vimos las película en su laptop, no tenía televisión. Comimos algo vegetariano porque él lo era, nosotros dos solos mientras intentábamos concentrarnos en la película evitando tocarnos las piernas. Como no había privacidad simplemente vimos la película y nada más. Sus abuelos deambulaban por toda la casa, y se gritaban entre ellos buscando las llaves, pronto se tenían que ir a la iglesia un domingo en la tarde. Pronto nos quedamos solos. 

—¿Oye y tu mamá? 
—No está, parece que salió con su pololo nuevo. 
—Ahh pucha… 
—Lo siento si no es lo que esperabas. 
—No te preocupes, en otra ocasión conoceré a tu mamá. 
—Disculpa a mis abuelos es que son homofóbicos por la religión. 
—¿Ah sí? 
—Cuando tenía trece y les dije que me gustaban los hombres y me hicieron un exorcismo jajaja. 
—¿Cómo fue eso? 
—Mis abuelos me pillaron dándome un beso con un amigo, y les conté a ese mismo día me gustaban los hombres. Le tuve que contar a mi mamá apenas llegó del trabajo antes que mis abuelos le dieran la noticia, lo hice bajo presión. 
—¿Qué pasó después? 
—Todos se enojaron mucho. Inmediatamente llamaron a mis tíos y primos, y vinieron aquí, me sentaron en una silla, hicieron un circulo a mi alrededor y comenzaron a insultarme. Luego oraron muy fuerte tomados de las manos y lloraban para que se me saliera el demonio. 
—Y no sirvió de nada —dije bromeando. 
—No, obvio. Fue ahí cuando me quitaron la puerta y pusieron esta cortina. —Apuntó hacía la cortina celeste que colgaba en el marco de la ausente puerta. 
—¿Y tu privacidad? 
—No tengo, por eso espero irme pronto de aquí. —suspiró— Quiero dejar de sentir que estoy solo. 

Quizás con mi compañía podríamos hacer algo para dejar de sentirnos tan solos. En ese instante lo vi de otra forma, me provocaba compasión y sentí cariño. Todo me pareció muy tierno aunque hubiera sido áspero y amargo el encuentro con sus abuelos. El resto de la tarde dejé de pensar y viví el momento con él, abrazados en el diván, acariciándonos las manos y dándonos besos al pendiente que nadie fuera a aparecer de sorpresa y nos viera. Con él nunca hubo momentos de silencio, siempre había algo de qué hablar, pero ese momento simplemente me dejé llevar. Repentinamente comenzamos a rozar nuestras piernas peludas estando aún sentados: 

—Mario, ¿te puedo tocar? —Mirándolo concentrado en sus masculinos ojos. 
—Siempre me preguntas eso y me pides permiso para tocarme. 
—Es que… 
—No lo tienes que hacer, estoy cansado de que lo hagas, somos pololos y yo soy tuyo. 
—Está bien, no lo haré más. 
Comencé a tocar sus piernas, mientras nos besábamos, puse mis manos en su entre pierna. Un electrizante estímulo me atravesó el cuerpo. 
—Vamos sigue, tócame. 
—Se siente caliente. 
—Tócame. 
—Tengo miedo. 
—No tengas miedo, no va a pasar nada.

Le pedí que se pusiera de pie frente a mí y cerrara los ojos. Bajé lentamente sus shorts , pude ver que sus bóxers estaban mojados. Recorrí con mis manos sus nalgas y sus piernas. Me puse de rodillas. Con mi boca me acerqué lentamente hacia su potente erección. Me dio la sensación de que nos estaban observando, me dominó el pánico y repentinamente se escucharon pasos muy cerca. Se acomodó los pantalones rápidamente, me pidió que no hiciera ruido. Se asomó alguien por la puerta. 

—Mamá llegaste.
—Sí hijo…¿quién es él? 
—Felipe, ya te había hablado de él. 
—Oh cierto, tu amigo. 
—Sí, mi amigo. 

Sin poder salir de mi impacto, nos presento nervioso. Me acerqué a ella y estaba tan tenso que apenas hablé para decirle “Hola”, nos dimos un beso en la mejilla, eso fue todo. Salió de la habitación y avisó que iba de salida a encontrarse son sus padres en la iglesia. Me pasé mil rollos. Estaba seguro de que nos había visto y se hizo la desentendida. Mi primera vez haciendo algo más que solo besos fue desastrosa. Después de ese extremo momento decidí irme.

El 28 de junio me invitó a salir, con el pretexto de celebrar, no sabía que era lo que estábamos celebrando. Fuimos a tomar café a un boulevard muy fino, nada que ver con los lugares dónde había ido antes, era raro para mi un lugar de mediano lujo. Hasta entonces yo era de: bares, billares, discos y choperías. El lugar estaba repleto de gente, era muy hermoso y caro, me pidió que eligiera lo que quisiera.

—¿Qué se supone que estamos celebrando? —pregunté ingenuo. 
—Estamos celebrando que eres mi perrita. 
—¿Qué? 
—Sí, es que eres mi perrita sucia —dijo con mala intención. 
—Pésima broma, no me gustó, esa cosas no me gustan. 
—Ay que eres delicada. 
—No soy delicada, no estoy entendiendo lo que me dices. 
—Que eres mi mujer y yo soy tu macho. 
—¿Qué? 
—Mi sumisa pasiva. 
—Por favor para. —Elevé la voz, la gente que estaba en las otras mesas comenzaron a mirar, me estaba poniendo de pie— Para, no es gracioso. 
—Ay tanto drama si es broma, eres igual que una mina. 
—Oye respétame, a mí no me vas a tratar así ni en broma. —Tomé mis cosas que estaban sobre la mesa— Te dejo. 

Llegó la mesera con dos cafés, dos cheesecakes, dos muffin de arándano. Mi rostro es muy expresivo, la mesera preguntó si pasaba algo. Negué con la cabeza aunque simplemente quería escapar, me senté con el cuerpo pesado, tomé un sorbo de café y comencé a comer entre suspiros. 

—Perdóname...Hoy es el día del orgullo. 
—¿Por qué eres así? ¿Por qué sales con comentarios tan raros? —repliqué enojado. 
—No sé, soy un idiota. 
—Tu mamá es mujer, no le gustaría que alguien le dijera eso ni en broma. 
—Mi mamá es una perra, una maraca al igual que todas las mujeres, ninguna vale la pena —dijo con tanta rabia que hasta se le llenaron los ojos de lagrimas. 
—¿Qué dices? —sorprendido le reclamé—A mí me pareció normal, simpática, amable... 
—Es que no la conoces, es una zorra.

Se me llegó a bajar la presión en ese incómodo momento, tragué saliva, le di sorbos al café para comenzar el interrogatorio. Tenía que saber porqué decía eso, algo me había hablado de su familia, pero superficialmente, siempre pasaba por alto la existencia de su núcleo en el resumen que había hecho de su vida. 
—¿Puedo saber qué te hizo?… Igual ella te quiere, te paga la universidad, te da un techo y te da de comer hasta ahora. 
—Se fue de Chile porque se había enamorado de un argentino, me dejó tirado aquí al cuidado de mis abuelos. Yo tenía quince años. 
—¿Y qué pasó después? 
—Me vino a buscar después de un año, nos fuimos a un pueblo rural, me hicieron bullying los argentinos por ser gay y chileno. —Le temblaba la voz mientras se incorporaba para proseguir— Mi papá nunca se hizo cargo de mí, no impidió que mi mamá me llevara a vivir con un viejo que apenas veía y era mi padrastro.
—¿Y por eso odias a tu madre? 
—Yo nunca he tenido una familia, por eso te envidio, eres el típico hijo de familia bien constituida. 
—Que mi familia tenga una estructura tradicional no quiere decir que sea perfecta. 
—Sí pero… 
—No estamos hablando de mí, quiero saber de ti, desahógate. 

Hubo un largo momento de silencio, me costó procesar tanta información. No se hallé qué decir o qué preguntar. Pasé tan rápido del enojo a la compasión que me quedé sin energías para continuar. 

—Deberíamos terminar de comer e irnos. 
—No, antes de que nos vayamos, tienes que saber que tu madre te quiere de alguna forma, y hace lo que puede por ti ahora. 
—No eso no es así, a mí mamá el hombre la dejó y nos tuvimos que devolver a mitad de año. Se fue atrás de un pico y por caliente y abandonarme la dejaron botada. 
—No creo que… 
—Eso se llama karma, ahora ahí está la perra esa… 
—Dale una oportunidad, todos nos equivocamos. 
—Es que tiene que hacerse cargo de sus errores. 
—Espera, ¿y tu papá? 
—Ese hombre nos dejó y se fue a vivir al sur, con suerte nos manda plata. 
—Bueno y… 
—Lo único que quiero es algún día formar una familia, estar con alguien para siempre y que no me abandone, adoptar y tener un hijo cuando se pueda, por eso te traje a celebrar este día… Y quiero vivir tranquilo con el cariño que nadie me ha dado. 

Nunca imaginé lo intensa que sería esa tarde, pude entender porqué no le daba crédito o no tomaba en cuenta opiniones de sus propias amigas cuando tenían que hacer tareas para la universidad, entendí porqué nunca hablaba de su familia, porqué decía que el rol de la mujer sólo estaba en la cocina y parir, y porqué a veces la humildad se le iba y quería suplir sus afectos con pequeños lujos innecesarios siendo que tenía muchas otras cosas más urgentes en qué gastar la plata. Justificaciones.

Me sentí tan fuera de lugar esa tarde, me sentí ahogado y me di cuenta que estaba saliendo con un desconocido. Me faltaba mucho por conocer de el, hasta el momento conocía las cosas buenas, sus virtudes, su simpatía, su increíble capacidad para solucionar problemas y por sobre todo su encanto. Darme cuenta de sus defectos fue un balde de agua fría, en mi optimismo no encontré que fuera algo grave, todo era superable y controlable. ¿Qué más malo podía haber en esa persona que se había vuelto duro por sus vulnerabilidades? 

Hablando de algo tan íntimo en una cafetería sentí que quedamos a la deriva, como en un naufragio nocturno en medio del pacifico. Tenía ganas de darle un abrazo y decirle que todo el futuro podría ser mejor estando juntos, pero una barrera me lo prohibió. Desvíe la conversación y terminamos apenas de comer. 

No nos fuimos del lugar sin antes darle cinco estrellas al local en Foursquare. Siempre marcaba cada lugar que visitamos y no se iba sin colgar una foto, una calificación o una opinión en la aplicación y luego publicarlo en Twitter. Como si a alguien le importara.

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